Introducción
La mujer, en la cultura occidental, ha estado presente o ausente en las diferentes ramas artísticas en la misma medida en que lo ha estado en las demás vertientes sociales. Se puede decir que su presencia o ausencia, tanto en la sociedad como en el arte, ha variado según épocas y lugares dependiendo de los caprichos del hombre dominante que ejercía el poder en cada momento y lugar, bien fuera este poder en el ámbito civil o religioso. Un gran cambio en la sociedad occidental se produjo a partir del momento en que la mujer tomó la iniciativa, desafiando al poder masculino establecido, de hacerse presente en todos los ámbitos de la sociedad con los mismos derechos del hombre. Y en ese largo proceso, todavía no concluido, de ser y estar presente como persona —con los mismos derechos y obligaciones— y no como género, una de las cuestiones primordiales ha sido el reivindicar, con nombres y apellidos, a las mujeres creadoras que, en todas las ramas del arte, han existido a lo largo de la historia de la cultura occidental.
La mujer ha estado presente en la música, como compositora e intérprete, desde el principio mismo de la propia música. En sus orígenes, ella es la creadora de uno de los primeros géneros musicales: la canción de cuna. Una de las primeras referencias escritas es durante
el período romano en que el poeta Marcial habla de las maravillosas bailarinas y cantantes de la Bética. Pero es en la época medieval cuando aparecen ya numerosas referencias nominales a las mujeres músicas. Han llegado hasta nosotros las obras de las abadesas Hildegarda de Bingen y Herrada de Landsberg. O el importantísimo Códice de Las Huelgas del siglo XIV perteneciente al monasterio cisterciense de Santa María la Real de las Huelgas de Burgos, del que se cree que algunas de sus obras fueron compuestas por la abadesa María González de Agüero. Entre las trovadoras están la condesa francesa Beatriz de Dia y Blanca de Navarra, sin olvidar los numerosos documentos que en las cortes portuguesas, españolas, francesas e inglesas hablan de juglaresas bailarinas, cantantes
o tañedoras de arpa. Por otro lado, en los reinos musulmanes estaban las famosas esclavas-cantoras, sobresaliendo entre ellas una esclava vasca llamada Kalam.
En la transición de la Edad Media al Renacimiento, sabemos que las reinas portuguesas y españolas poseían importantes colecciones de instrumentos que tocaban ellas mismas o sus doncellas. Es el caso de la reina portuguesa Leonor de Aragón, que cantaba y tocaba el clavicordio, o el de Juana I de Castilla y Aragón (conocida como Juana la Loca) que llevó consigo a su encierro en Tordesillas numerosos instrumentos; allí estaba la tañe-dora Ana de Urueña. En Portugal es famosa también Paula Vicente, que servía como música, se supone que como compositora e intérprete, a la reina doña Catalina.
Entre las monjas españolas renacentistas son muy importantes Gracia Baptista, que publica en 1557 en Alcalá de Henares su himno a tres voces Conditor siderum alme, y Bernardina Clavijo del Castillo, genial arpista formada seguramente con su padre. Pero llega el Concilio de Trento (1545-63) y supone un gran freno a todas las actividades femeninas, tanto civiles como religiosas, perjudicando gravemente la participación de la mujer en la música. Esta puede ser una de las razones por las que durante un gran período no aparezcan nombres de mujeres en la composición ni en la práctica musical. Aprovechando este Concilio, algunos teóricos músicos van más allá y sugieren y exigen que no se debe enseñar música a las mujeres porque, entre otras razones, tendrían que practicarla rodeadas de hombres y acabarían «solazando y en pláticas».
A finales del XVII y principios del XVIII comienza un resurgir de la mujer en la música y sus nombres aparecen ya en enciclopedias y diccionarios musicales de la época. En este período, aparte de las cantantes de ópera que surgen por Europa, la orquesta femenina que Vivaldi dirigía en Venecia o las españolas que actuaban en las zarzuelas que inventa Calderón de la Barca o las tonadillas escénicas —algunas tan famosas como ‘La Lavenana’, ‘La Tirana’ o ‘La Caramba’—, está la reina Bárbara de Braganza, esposa de Fernando VI. Y ya a principios del XIX la compositora Hortensia de Beauharnais (hija de Josefina, mujer de Napoleón), reina de Holanda y madre de Napoleón III. Es durante este siglo que vuelve a las costumbres sociales el estar bien visto que la mujer adquiera educación en el canto y el piano, con lo cual comienza una nueva revolución en la mujer música que ha sido ya imparable hasta nuestros días aunque el poder masculino haya intentado en algún momento parar la historia, borrarla o invertir la situación.
Las compositoras: del Xviii al XXi
En este ciclo de 4 conciertos dedicados a las mujeres compositoras desde el siglo XVIII hasta nuestros días —realizado con el asesoramiento de la Asociación «Mujeres en la música»—, se ha intentado presentar un abanico lo más amplio posible —22 compositoras— haciendo especial mención en las españolas. Y como se suele decir, si no están todas las que son, sí son todas las que están y entre ellas las más importantes de cada época. En cuanto a la vida y valores de las compositoras que presentamos, debido al pequeño espacio de esta introducción, apenas nos es posible ofrecer datos de cada una de ellas que el posible interesado/a puede encontrar en internet, los nuevos diccionarios musicales o el reciente libro publicado por el Centro de Documentación de Música y Danza del Ministerio de Cultura: Compositoras españolas. La creación musical femenina desde la Edad Media hasta nuestros días.
De las nacidas durante el siglo XVIII, presentamos a tres compositoras. La princesa Anna Amalia de Prusia (1723-1787); Marianna von Martínez (1744-1812), nacida en Viena hija del diplomático español Nicolás Martínez y la polaca Maria Szymanowska (1789-1831), una de las primeras pianistas profesionales.
Durante el siglo XIX comienzan a aparecer tímidamente las compositoras, procedentes casi todas ellas de una formación principalmente pianística, hasta aumentar considerablemente su número y su reconocimiento a finales del siglo. Entre las más importantes están las alemanas Fanny Mendelssohn-Hensel (1805-1847) y Clara Wieck-Schumann (1819-1896); las francesas Cécile Chaminade (1857-1944) y Mel Bonis (1858-1937); la primera gran compositora norteamericana, Amy M. Beach (1867-1944) y la española Emiliana de Zubeldía (1888-1987), nacida en Navarra pero radicada en México desde 1937.
Ya en el siglo XX, la dedicación profesional de la mujer a la música es una realidad imparable que, si bien está plenamente consolidada en el campo interpretativo, todavía no alcanza las cotas deseadas en el aspecto compositivo.
Entre las primeras compositoras españolas del XX están las madrileñas Rosa García Ascot (1902-2002) y Elena Romero (1908-1996); la asturiana Carmen Santiago de Merás (1917-2005) y la castellonense Matilde Salvador (1918-2007); completando este apartado con la compositora Ruth Schonthal (1924-2006), nacida en Alemania pero radicada en EEUU.
Y entre las compositoras de nuestros días presentamos a la rusa Sofia Gubaidúlina (1931) y un grupo importante de españolas: la riojana María Dolores Malumbres (1931), a la que desde aquí queremos rendir nuestro más cariñoso homenaje por su labor de compositora pionera en La Rioja; la vizcaína María Luisa Ozaita (1939); la madrileña radicada en Valencia Encarna Beltrán-Huertas (1948); la guipuzcoana Beatriz Arzamendi (1961) y las madrileñas Consuelo Díez (1958) y Mercedes Zavala (1963).
Tomás Garrido