En la charca de barro plateado sacrifican cabras, becerras y gallos; abiertos de piernas, se entregan al amor con los dioses, beben y se tocan, se acarician, se palpan, encienden velas y recogen botellas vacías, se juntan, dan rienda suelta a la evocación de falos monstruosos, y se convierten, recubiertos de una fina capa de partículas de tierra gris, en primos -lejanos y tan próximos- de nuestros ancestros sepultados bajo las cenizas de Pompeya.
Son vanas las palabras que pretenden acercar unas imágenes cuya riqueza, complejidad, entrega y generosidad abren las puertas de mundos desconocidos y visiones celestes. Simplemente tratan de eludir la glosa y la paráfrasis, tratan de decir simplemente: mire.
Nunca satisfecha, siempre en busca de un absoluto que devuelva la fotografía a su simple estatus de fabricante de iconos, Cristina García Rodero reinventa la noción e documentalismo. Nos dice decididamente que es indispensable mirar de verdad, que ver no es suficiente. Que sería preciso saber y que las imágenes no saben nada más que la sublime superficie que disimula lo real.