Julio González y su entorno familiar, Joan y Roberta supone un recorrido por la producción artística de uno de los máximos exponentes de la escultura de la primera mitad del Siglo Veinte.
El acercamiento a la obra de Julio González (Barcelona, 1876 - Arcueil, Francia 1942) resultaría a todas luces incompleto de no contemplar su vinculación con Joan González (Barcelona, 1968 - 1908), su hermano y motor familiar, cuya carrera artística solo pudo truncar su prematura muerte; pero igualmente incompleta quedaría si obviáramos el papel continuador que ostentó en su caso la figura de su hija, Roberta González (Paris, 1909 - Monthyon, 1976), ya no sólo como artista sino también como albacea intelectual y sentimental de un complejo corpus artístico.
La obra de Julio, como la de Joan, se iniciaría en el trabajo artesanal de la orfebrería, lo cual sin duda marcó el carácter de sus primeras máscaras y relieves en metal repujado, así como sus primeras figuras modeladas. Aspectos como la figura femenina o la función ornamental estarían muy presentes en sus primeras piezas producidas alrededor de 1910.
Pero hablar de Julio González es sin duda hablar del periodo entreguerras, sobre todo a partir de 1927, momento en que el artista se inicia en el trabajo con el hierro; recortará y pasará por el tamiz de la soldadura autógena trozos de metal cortado a cizalla o pequeñas varillas de hierro, pero siempre con una idea muy elaborada del resultado final, hasta el punto de que sus dibujos y bocetos anticipan en muchas ocasiones cada uno de esos pliegues y encuentros.
La obra de González supondrá una verdadera revolución en la década de los años treinta a juzgar por una investigación plural e incansable que le lleva a solapar frentes distintos, aunque estrechamente relacionados, como caras de un mismo poliedro. Las relaciones entre el volumen y la masa mediante los espacios vacíos o la incidencia de la luz sobre la pieza compartirán dedicación con la revisión del concepto mismo de escultura, a través del cuestionamiento de las peanas.
La búsqueda de González, o quizá mejor el concepto básico de González, según el cual la Naturaleza debía ser motor y no recuerdo trascendió también a su hija Roberta, compañera de su padre en investigaciones que a ella casi de forma solapada, durante la década de los treinta, la conducen sin miramientos a una serie de reflexiones gráficas surrealizantes con una elevada carga biomórfica.
Roberta González sería la verdadera continuadora de un proyecto que en el fondo inició su tío, una apuesta por el arte iniciada por Joan y a la que debemos siempre agradecer logros como los que consiguió Julio González para la escultura contemporánea.