Martes a sábados:
De 11 a 13 y de 18 a 21 h.
Domingos y festivos:
De 12 a 14 y de 18 a 21 h.
Lunes: cerrado
Durante las fiestas de San Bernabé,
9 al 12 de junio, el horario será como en festivo.
Piedras de papel, vientos de tinta
Navaridas aborda la naturaleza con una poética que, de puro realista, nos resulta abstracta. Lo que muestra en esta exposición es una inacabable sucesión de detalles de una naturaleza extraordinariamente áspera, compuesta de piedra y hielo, erosionada por el viento y la lluvia, caótica, siempre diferente y siempre igual. En este sentido, su representación no puede ser más fiel. Pero esa fidelidad no es en modo alguno resultado de la copia ¿Cómo es esto posible? Digamos que lo logra porque los medios de representación, los materiales utilizados, dejados a su libre albedrío, se comportan como la misma naturaleza que trata de reflejar. No se trata por tanto de repetir minuciosamente las formas del paisaje, sino de mostrar el isomorfismo del comportamiento de los materiales, dejados en libertad. No hace falta pintar la naturaleza porque, al fin y al cabo, lienzo, pigmento, disolvente y mano son naturaleza también y tenderán de manera natural a repetir sus formas.
En esa recreación de la naturaleza que realiza Navaridas llama la atención su carácter fractal. Porque si bien susu cuadros evocan las formas del mineral, también remiten al paisaje que estos minerales organizan. Microcosmos y macrocosmos se complementan. Así pues, vemos también grandes panorámicas, formaciones rocosas, morrenas, circos glaciales, estribaciones montañosas. Del mismo modo que la forma dentrítica es la de la raiz y la del rayo, la del río visto desde un satélite y la del reguero que en la playa deja la marea -pero también la de las sinapsis neuronales-, estas formaciones minerales son las de una pedriza y las de cada una de las piedras que la forman. Otra cosa que tal vez pueda llamar la atención es la repetición de imágenes tan parecidas, pero la recreación de lo natural precisa de ese desorden y de esa sobreabundancia. A diferencia de la economía de lo civilizado, lo natural se rige por el dispendio y la proliferación.
Otro rasgo destacado es la apariencia gélida y desolada de estos escenarios. El severo colorido lleva inscrita esa frialdad estéril. Deliberadamente o no, Navaridas plasma una hipótesis amenazadora, que remite a la catástrofe natural que la ciencia vaticina. El cambio climático, ya sea resultado de alteraciones producidas por el hombre o de la misma evolución del planeta, parece una realidad incontestable. Sabemos que la historia de la Tierra es una inacabable sucesión de eras frías y calientes, que ha tenido lugar muchas veces en el pasado. Es lo que nos recuerda esta exposición, esa mutabilidad cuyo ritmo excede el arco de una vida humana y quizá de la vida de la humanidad.
Quiero, por último, referirme a una cuestión que suele estar ausente en las reflexiones actuales sobre el arte. Me refiero a la belleza. Ya sabemos que todo el arte de las vanguardias fue una especie de cruzada en su contra, pues librarse de sus reglas era precio que tenía que pagar para conseguir su libertad. En las últimas décadas ha vuelto a estar presente, pero a la inversa, pues han proliferado las obras que explotaban más bien lo grotesco y lo desagradable. No es este el momento de definir qué cosa es bella y qué no, pero una obra que trata de la naturaleza -la matriz originaria de lo bello- no puede dejarla de lado. La obra de Navaridas no trata de mostrarnos la belleza idealizada que forjaron los paisajistas de épocas pasadas. La categoría que le cuadra es muy otra. El caos abrumador de sus roquedos, de sus catástrofes monocromas remite, en efecto, a una instancia diferente. Late más bien en estas obras el aliento de lo sublime. De este sublime que suspende el ánimo y nos empequeñece ante una naturaleza que no podemos abarcar ni dominar. Un sublime romántico ante la visión de una grandiosidad irreducible a toda medida. Ante la que estamos solos, meditando en nuestro destino y en el del mundo en que nos ha tocado habitar, y que apenas logramos comprender y en el que no encontramos sentido.
José María Parreño
Fotografías de la sala: Justo Rodríguez