Arte_joven
Encrucijada
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Arte Joven en la Comunidad de La Rioja
LOS DÍAS MÁS HERMOSOS
Daniel Llaría
Virginia Lázaro
Carlos Ramírez
Rubén M. Orio
Lusesita
«Los nuevos son muy libres de aborrecer a sus antepasados».
Arthur Rimbaud
Pueden repetir con nosotros esta frase unimembre tantas veces como consideren: «Los días más hermosos…», «Los días más hermosos…», «Los días más hermosos…», guardando, les rogamos, un escueto silencio entre cada una de ellas. Aunque estaremos de acuerdo con ustedes si después de unos segundos el esfuerzo les parece insustancial. La repetición solo conduce al desánimo y pérdida de intensidad de aquello que la frase intenta referir. Pero de hecho nos interesa muy especialmente la ausencia de verbo. En ocasiones, las obras de arte tampoco se dejan descomponer en sujetos y predicados, y en algunas incluso la acción es invisible adrede, porque lo que pretende describir, o lo que intentamos nombrar, está próximo a un sentimiento inefable, o tiene tal ambición de significados que la mejor forma de señalarlo es multiplicar su ambigüedad, perdernos en su infinitud aunque traicionemos al silencio y al mismísimo Wittgenstein.
Els Barents, por entonces directora del Huis Marseille de los Países Bajos, preguntaba con inquietud al fotógrafo Jeff Wall lo siguiente: «¿Y cómo cree que ofrecen una promesa de felicidad sus fotografías, que prestan tanta atención a la falta de felicidad y de libertad del presente?», a lo que el fotógrafo lacónicamente respondió: «Siempre trato de hacer fotos hermosas». ¿Esta respuesta es un antídoto para curarse de la violencia de sus imágenes, de la incapacidad del ser humano para cambiar las circunstancias que le rodean, para encontrar una puerta de salida ante la evidencia de que la obra de arte apenas consigue abrirse paso en el devenir de los acontecimientos? Quizás tenga un ánimo tautológico que se nos escapa, o bien podría digerirse como aquel «preferiría no hacerlo», mantra convertido en la piel de Bartleby el escribiente. La escueta respuesta de Wall guarda cierto parentesco con la ideada por Melville; «preferiría trabajar así», parece decirnos el fotógrafo canadiense; preferencia que no llega a ser un enigma, pero se le parece en su formulación. El «hermosas» de su respuesta incita a reflexionar sobre la selección del adjetivo. En cierto modo, su verbalizada ambición agota toda una pléyade de barrocos y rimbombantes neologismos surgidos a finales del siglo xx, al quedar estos caducos ante la elección de un sencillo y cursi adjetivo con el que responder a una pregunta tan compleja. Las categorizaciones estéticas quedan anuladas de golpe con la inteligente respuesta condensada en seis palabras y culminadas lejos de la influencia de la filosofía y de sus exigencias (o peajes), con las que el artista se desmarca en un quiebro ingenioso del cerco que la entrevistadora pretendía tenderle para exprimir la genuina raíz de su trabajo. Pero puede que también el fotógrafo haya usado del término «hermosas» de forma más bien irónica, con la sutil intención de desviar su obvio manejo de la alegoría en cada una de sus obras, y con ello su tipificación. Aunque puede que la respuesta no esconda nada, que sea llanamente el modesto sentir que impulsa al artista a la creación sin posibilidad de evitar la dulce belleza, el satisfactorio goce de pasar vivo por los días; a pesar de todo. Un goce que también asalta a los mismos intelectuales, aunque a veces sientan un ridículo pudor en confesarlo.
Ese mismo adjetivo aparece en el título de nuestra exposición. «Los días más hermosos…» plantea una doble perspectiva ayudándose para ello de la obra de los cinco jóvenes artistas que protagonizan la muestra. La primera sería la enunciación de la frase con sesgo nostálgico, es decir, con una mirada de soslayo hacia la vacuidad posmoderna que los artistas prominentes del hegemónico mundo del arte se obstinan en hacer perdurar: «Los días más hermosos… pasaron»; «no son estos»; «sucedieron»; «nunca más los viviremos»; «jamás existieron», »quedan lejanos»…, y así continuar recitando tan elegantes como nostálgicas coletillas hasta que el cansancio haga mella en nuestra lengua, o acaso en nuestro propio pensamiento. La pulsión de completar la frase, de convertirla en bimembre, de localizar el sujeto y el predicado es mayor cuanto más se respetan los puntos suspensivos. Mas nosotros, apremiados ahora por otras urgencias, sentimos debilitarse semejante ansiedad.
La segunda enunciación de nuestro titulo debe pensarse con un ánimo mucho más optimista, ajena a la mediocridad paralizante de los Estados y a la necesidad que tienen estos para que los cambios en las conductas de los pueblos se lleven a cabo con una legislación proteccionista, con minuciosa ambición totalitaria, y desde luego violenta. Transformación que viene pregonada como la apoteosis de un confort que no es sino engaño y antesala del terror, cuando no su mera máscara.
«Los días más hermosos…», es un heptasílabo, un verso suelto, crecido de la semilla de aquel alejandrino último de Machado: «Estos días azules y este sol de la infancia».
Julio Hontana Moreno
José Luis Viñas Apaolaza